Todos los dias, Epa, Dorotea y su pequeño hijo se levantaban con los primeros rayos del sol. Epa tenia que irse a pescar y Dorotea y el pequeño, tenían que reunirse con las otras mujeres del caserío para dedicarse a orar.
La pequeña comunidad había improvisado un altar en donde le llevaban ofrendas a Dios, le pedían por la vida y por la salud y también le oraban para que les mandara la lluvia que salvaría sus sembradíos.
A pesar de que los pronósticos humanos decían que esa seria la sequía mas larga y que todas las cosechas se perderían, todos tenían sus esperanzas puestas en Dios, porque sabían que el era el único que podía cambiar el curso de todas las cosas para bien.
Así que, revestidos con su fe, no faltaban una mañana en las secciones de oración, temor y amor hacia Jesucristo, nuestro padre, señor y creador.
Cada una de las familias, caminaba apresurada para cumplir la cita diaria con el señor Jesucristo. Iban felices, no solo porque oraban por la consecución de todas sus peticiones, sino porque después de ese momento de oración, quedaban renovadas en la fe y tenían nuevas fuerzas para seguir luchando.
Se olvidaban de su tristeza, de todo lo malo que les había pasado. El visitar el altar de Dios, les daba un nuevo aliento de vida, la valentía para enfrentar, resistir y salir airosos de lo que les llegara por peligroso que fuera.
Esa visita al altar de Dios, era su pan de cada día, ese pan que saciaba su hambre de amor y justicia y no cambiarían ese momento por nada del mundo.
Cuando llegaban al altar, sus corazones estaban angustiados pensando que la actual situacion de pobreza, sequía e incertidumbre no tendría fin, pero al arrodillarse frente a Dios y orar en comunidad, la paz llenaba sus corazones de inmediato.
Dios los inyectaba con su amor, les transmitía un mensaje alentador de amor, fe y esperanza y eso les bastaba para continuar con su día, esperando la siguiente mañana.
Esta historia continuará.........
Cada una de las familias, caminaba apresurada para cumplir la cita diaria con el señor Jesucristo. Iban felices, no solo porque oraban por la consecución de todas sus peticiones, sino porque después de ese momento de oración, quedaban renovadas en la fe y tenían nuevas fuerzas para seguir luchando.
Se olvidaban de su tristeza, de todo lo malo que les había pasado. El visitar el altar de Dios, les daba un nuevo aliento de vida, la valentía para enfrentar, resistir y salir airosos de lo que les llegara por peligroso que fuera.
Esa visita al altar de Dios, era su pan de cada día, ese pan que saciaba su hambre de amor y justicia y no cambiarían ese momento por nada del mundo.
Cuando llegaban al altar, sus corazones estaban angustiados pensando que la actual situacion de pobreza, sequía e incertidumbre no tendría fin, pero al arrodillarse frente a Dios y orar en comunidad, la paz llenaba sus corazones de inmediato.
Dios los inyectaba con su amor, les transmitía un mensaje alentador de amor, fe y esperanza y eso les bastaba para continuar con su día, esperando la siguiente mañana.
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