Hoy les digo adiós queridos
arboles de amor, árboles que durante mucho tiempo fueron mis compañeros y los
testigos mudos de todos mis silencios, de mis gritos ahogados, de mis tristezas
y de mis alegrías. Árboles que han resistido junto a mí tempestades implacables,
que se hicieron fuertes de la misma manera que me hice yo, en aquellos
inviernos en los que el frio extremo nos congelaba y hasta nos faltaba el aire.
Árboles que se maravillaron al igual que yo al recibir los tibios rayos del sol
en aquellas mañanas de veranos hermosos y que me procuraron frescura cuando el
calor implacable nos visitó. Les digo adiós con la alegría de saber que, aunque
yo me vaya, ustedes permanecerán aquí por siempre, gracias a Dios.
Gracias Dios por tanto amor.
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