Con la ignorancia a flor de piel y el desconocimiento total de los enormes milagros de mi adorado Dios, aun siendo muy joven decidí abrirme paso por el mundo, dejar la casa de mis padres porque la convivencia era horrible.
Contra la voluntad de
mi padre, y provocando mucho dolor a mi madre, tome la primera mala decisión en
mi vida; Contraer matrimonio con el primero que me lo propuso.
Y me fui de casa hacia
un lugar muy lejos, en compañía de un joven que apenas conocía. Me fui huyendo
de mí misma, con la terquedad de la juventud a flor de piel. Me fui con la
nostalgia de una enorme perdida y con la triste certeza de que a nadie le haría
falta.
Yo no permitía que me
regañaran, que me mandaran, que me dijeran que hacer. ¿cómo permitirlo si
estaba convencida de que nadie en aquella casa me quería? de que mis padres no
me ponían atención, de que mis hermanos y hermanas solo se burlaban de mí.
Estaba convencida de
que era yo sola contra el mundo y por eso cuando me sentí “enamorada” no dude
un segundo en huir de allí.
Y fue ahí donde comenzó
en mi vida el verdadero suplicio, un sufrimiento aun mas grande que el que
tenia en mi casa. Una vida de dolor, de agonía, de peleas, de conflictos al
interior de mi mal llamado nuevo hogar. Un enorme caos de celos con y sin
fundamentos. Eso fue una locura eterna. Pero gracias a Dios, en ese tiempo tan lúgubre
de mi vida, viví lo peor de mi existencia, pero también recibí lo más lindo y
puro para una mujer, mis hijos preciosos a quienes amo con mi corazón.
Y como lo que empieza
mal, mal termina, luego de algunos años de conflictos y desamores, me divorcié
de mi esposo y salí a la calle dejando atrás mi segundo hogar.
Después de mucho rodar,
de casa en casa, sufriendo humillaciones y mal trato junto a mis pequeños hijos,
Dios me concedió la oportunidad de trabajar y conseguir un lugar para nosotros
cuatro.
Fue una época muy
bonita porque era libre, libre del mal trato, libre de los regaños, libre de
las imposiciones y de las órdenes. Era libre para vivir como yo quisiera sin ser
objeto de criticas y sin tener que rendirle cuentas a nadie.
Sin embargo, joven,
madre, sin mucho dinero, continué tomando decisiones equivocadas. Decisiones
que me llevaron por caminos incorrectos, por senderos de egoísmo, comencé a
usar a las personas. Aprendí a mentir, me enredé en relaciones dañinas con
gente comprometidas o no muy gratas.
En ese caminar por la vida sin freno, conocí al siguiente hombre que llegaría a mi vida para casi destruirla.
Si en mi matrimonio
me quejaba por los gritos, los engaños, las ausencias y las desatenciones de mi
esposo, ese nuevo hombre me mostró la parte mas oscura y malvada de un ser
humano. Era un hombre vividor que me hacia trabajar para él. Un hombre que me
golpeaba a mí y a mis hijos. Un hombre que me maltrataba física y moralmente.
Un hombre que casi me mata.
Pero un día, en medio
de la tristeza, tirada en el piso sangrando y sin sentido, recibí de manos de Dios,
lo que yo llamé el primero milagro, sin saber que ese era quizá el milagro número
1.000.
Ese día, Dios mando a
la policía a mi casa para que sacaran de allí a ese verdugo y lo llevaran preso
y a mí, me dio la valentía para denunciarlo y para amenazarlo para que nunca más
se acercara ni a mi ni a mis preciosos hijos.
Yo quiero detenerme
uno a uno en todos los maravillosos milagros que Dios ha hecho en mi vida, porque
es mi hermoso deber darle una esperanza a todos los seres humanos que han
pasado o están pasando por cosas similares y que todos sepan que, de las manos
de Dios, todo es posible.
Como les estaba
diciendo, gracias a Dios, aquel hombre se fue de mi vida, aunque al principio
fue algo difícil desterrar lo, al final, gracias a la ayuda de Dios, desapareció
para siempre y nunca volví a saber de él.
La vida continuó, entre
luchas y equivocaciones pude sacar adelante a mi familia. Pero los errores
cometidos, las relaciones fallidas, la mala manera de educar a mis hijos, muy
pronto me cobrarían la factura.
Yo era una mujer muy
conflictiva, la forma en la que crecí junto a mis padres y hermanos marcó mi vida negativamente,
aunque amaba a mis hijos, era demasiado estricta con ellos, los regañaba y
castigaba de la misma manera que me castigaron a mí.
Sin querer yo cometí los
mismos errores que mis padres cometieron conmigo, esos errores que me forzaron a dejar mi casa desde muy joven y que odié toda mi vida. Y creo que fue por eso por lo
que mis hijos también se fueron de mi lado y me dejaron sola a la primera
oportunidad que tuvieron.
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