miércoles, 4 de diciembre de 2019

COMETIENDO ERRORES



Con la ignorancia a flor de piel y el desconocimiento total de los enormes milagros de mi adorado Dios, aun siendo muy joven decidí abrirme paso por el mundo, dejar la casa de mis padres porque la convivencia era horrible.

Contra la voluntad de mi padre, y provocando mucho dolor a mi madre, tome la primera mala decisión en mi vida; Contraer matrimonio con el primero que me lo propuso.

Y me fui de casa hacia un lugar muy lejos, en compañía de un joven que apenas conocía. Me fui huyendo de mí misma, con la terquedad de la juventud a flor de piel. Me fui con la nostalgia de una enorme perdida y con la triste certeza de que a nadie le haría falta.

Yo no permitía que me regañaran, que me mandaran, que me dijeran que hacer. ¿cómo permitirlo si estaba convencida de que nadie en aquella casa me quería? de que mis padres no me ponían atención, de que mis hermanos y hermanas solo se burlaban de mí.

Estaba convencida de que era yo sola contra el mundo y por eso cuando me sentí “enamorada” no dude un segundo en huir de allí.

Y fue ahí donde comenzó en mi vida el verdadero suplicio, un sufrimiento aun mas grande que el que tenia en mi casa. Una vida de dolor, de agonía, de peleas, de conflictos al interior de mi mal llamado nuevo hogar. Un enorme caos de celos con y sin fundamentos. Eso fue una locura eterna. Pero gracias a Dios, en ese tiempo tan lúgubre de mi vida, viví lo peor de mi existencia, pero también recibí lo más lindo y puro para una mujer, mis hijos preciosos a quienes amo con mi corazón.

Y como lo que empieza mal, mal termina, luego de algunos años de conflictos y desamores, me divorcié de mi esposo y salí a la calle dejando atrás mi segundo hogar.

Después de mucho rodar, de casa en casa, sufriendo humillaciones y mal trato junto a mis pequeños hijos, Dios me concedió la oportunidad de trabajar y conseguir un lugar para nosotros cuatro.

Fue una época muy bonita porque era libre, libre del mal trato, libre de los regaños, libre de las imposiciones y de las órdenes. Era libre para vivir como yo quisiera sin ser objeto de criticas y sin tener que rendirle cuentas a nadie.

Sin embargo, joven, madre, sin mucho dinero, continué tomando decisiones equivocadas. Decisiones que me llevaron por caminos incorrectos, por senderos de egoísmo, comencé a usar a las personas. Aprendí a mentir, me enredé en relaciones dañinas con gente comprometidas o no muy gratas.

En ese caminar por la vida sin freno, conocí al siguiente hombre que llegaría a mi vida para casi destruirla.

Si en mi matrimonio me quejaba por los gritos, los engaños, las ausencias y las desatenciones de mi esposo, ese nuevo hombre me mostró la parte mas oscura y malvada de un ser humano. Era un hombre vividor que me hacia trabajar para él. Un hombre que me golpeaba a mí y a mis hijos. Un hombre que me maltrataba física y moralmente. Un hombre que casi me mata.

Pero un día, en medio de la tristeza, tirada en el piso sangrando y sin sentido, recibí de manos de Dios, lo que yo llamé el primero milagro, sin saber que ese era quizá el milagro número 1.000.

Ese día, Dios mando a la policía a mi casa para que sacaran de allí a ese verdugo y lo llevaran preso y a mí, me dio la valentía para denunciarlo y para amenazarlo para que nunca más se acercara ni a mi ni a mis preciosos hijos.

Yo quiero detenerme uno a uno en todos los maravillosos milagros que Dios ha hecho en mi vida, porque es mi hermoso deber darle una esperanza a todos los seres humanos que han pasado o están pasando por cosas similares y que todos sepan que, de las manos de Dios, todo es posible.

Como les estaba diciendo, gracias a Dios, aquel hombre se fue de mi vida, aunque al principio fue algo difícil desterrar lo, al final, gracias a la ayuda de Dios, desapareció para siempre y nunca volví a saber de él.

La vida continuó, entre luchas y equivocaciones pude sacar adelante a mi familia. Pero los errores cometidos, las relaciones fallidas, la mala manera de educar a mis hijos, muy pronto me cobrarían la factura.

Yo era una mujer muy conflictiva, la forma en la que crecí junto a mis padres y hermanos marcó mi vida negativamente, aunque amaba a mis hijos, era demasiado estricta con ellos, los regañaba y castigaba de la misma manera que me castigaron a mí.

Sin querer yo cometí los mismos errores que mis padres cometieron conmigo, esos errores que me forzaron a dejar mi casa desde muy joven y que odié toda mi vida. Y creo que fue por eso por lo que mis hijos también se fueron de mi lado y me dejaron sola a la primera oportunidad que tuvieron.

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