lunes, 2 de diciembre de 2019

COMIENZA LA MISION


Como les estaba contando en el día de ayer, después de descubrir, gracias a mi Dios del cielo, que mi misión en este mundo es hablar de Dios, revelar en este sitio todos los maravillosos milagros que he recibido de las sagradas manos de mi adorado padre celestial, quiero comenzar diciendo.

Tengo 55 años, nací en un pintoresco pueblo de Colombia, un pueblo que nadie conocería de no ser porque en él nació la Marquesa de Yolombó, un personaje muy querido de la novela famosa que escribiera Tomas Carrasquilla en el año 1928.

No los voy a aburrir contándoles toda mi historia, solo lo más relevante.

Naci en un hogar de 8 hermanos, papa y mama y como éramos tantos, mis padres solo pudieron centrar su atención o en los mayores o en los menores. Así que a los de en medio, aunque nos daban comida, techo y vestido, nos faltaron muchos besos y abrazos.

Ahora después de vieja, gracias a mi amadísimo Dios,  lo entendí y acepte, pero durante mucho tiempo, en esa época en la que yo no sabía vivir,  esos abrazos y besos que mis padres no me pudieron dar, marcaron de manera muy negativa gran parte de mi existencia. Esa falta de atención y de amor, al menos eso era lo que yo creía, hicieron de mí una persona demasiado conflictiva, huraña, terca, con muchos traumas existenciales.

Durante mucho tiempo, injustamente culpe a mis padres por no amarme y eso me trajo muchos problemas, conflictos entre mis hermanos y yo, que aun perduran dentro de nuestros corazones.

Debido a esas ideas tan estúpidas que siempre tuve en mi mente y a no saber como comunicarme con mi familia, yo cometí el enorme error de alejarme de todos, incluso viviendo con ellos, yo no los consideraba una verdadera familia.

Ese fue mi primer error, renegar de la familia que tan amorosamente mi Dios del cielo me había dado para compartir mi vida y dejarme llevar por mis pensamientos de ser humano equivocado en lugar de abrir mis ojos a la verdad que Dios siempre me mostraba pero que yo nunca veía.

Toda mi niñez, adolescencia y parte de juventud, estuve peleando contra todo y contra todos, perdí un tiempo valioso para compartir en familia. Aunque he olvidado casi por completo esa época, aun puedo recordar algunos episodios y lo único que viene a mi mente era mi profunda tristeza. Lloraba tanto, renegaba tanto, que creo que mis lagrimas podrían haber llenado los mares del universo entero.

Me perdí en un mundo de dolor, todo lo veía gris. Pero no me daba cuenta de que, a pesar de tanto dolor, de que casi todo el tiempo estaba triste, Dios me bendecía con momentos de felicidad y eran esos momentos felices, entre tantos tristes, que salvaban mi vida, sin yo darme cuenta.

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