Cuando mis dos hijos mayores, aun siendo muy niños, se marcharon a vivir con su papá, yo me quedé devastada. No podía creer que, por carecer de riquezas, me hubiera quedado sin la compañía de esos dos ángeles que eran parte esencial en mi vida.
Gracias a Dios me
quede con mi nena mas pequeña, ella me necesitaba y yo debía sacar fuerzas para
seguir luchando. Hasta hace muy poco me di cuenta de que esas fuerzas para
continuar con mi vida trabajando por mi hija y por mi misma, me la daba Dios.
Pero yo no lo sabía.
La vida continuaba, pasaron
los días, los meses y los años, y aunque después de un muy largo tiempo mis
hijos regresaron a casa a vivir junto a mí, ya nada sería lo mismo.
Mis hijos eran
adolescentes, fueron tiempos muy difíciles, no sabia si ser estricta o demasiado
suave con ellos, temía que me dejaran de nuevo.
Y fue así, a pesar de
mis esfuerzos, mis hijos se fueron de nuevo, pero esta vez, ya no regresaron.
Yo estaba en mi país,
un país sin oportunidades laborales, viviendo en constante agonía, con muchas
carencias económicas. Mi hija y yo nos las arreglábamos, pero, aun así, la economía
no mejoraba. Entonces tomé una nueva decisión, que, aunque en principio me hizo
que también era equivocada, luego de un tiempo, gracias a Dios, esa fue la
mejor decisión de mi existencia.
Lo único malo de mi decisión
fue que tuve que dejar sola a mi hija, aún muy jovencita, a cargo de todos mis
asuntos en mi país para viajar al otro lado del mundo en busca de mi destino
final.
Y lo encontré, al
lado de un hombre bueno, un hombre que en principio me trató demasiado mal, con
quien peleé todos los días durante casi cinco años y a quien en muchas
ocasiones quise abandonar.
Quería salir corriendo
huir como siempre huía cuando había algo que no me gustaba, pero Dios, mi adorado
padre celestial no me lo permitió.
Y es aquí, donde
comienza mi verdadera historia.
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