Y sucedió, las oraciones de aquel pueblo, de eso hombres, mujeres y niños de fuerte e inquebrantable fe, fueron escuchadas por Dios.
Inmediatamente después de que terminaran de rezar y se dirigían a sus hogares, la lluvia comenzó a caer. Era una lluvia brillante, tibia, amorosa lluvia enviada por las sagradas manos de Dios.
Esa lluvia llenaba de alegría a aquel pueblo sediento, le daba vida y felicidad a sus sembrados.
Después de muchos meses de sequía, la lluvia le daba otro aspecto a todos los seres que se beneficiaban de ella enormemente.
Dios, en su infinita bondad, amor y ternura hacia la humanidad, abrió los cielo, envió las nubes cargadas con su maravillosa agua y los derramó abundantemente sobre aquellas tierras para llenarlas de fertilidad y prosperidad.
Las personas estaban felices, los hombres danzaban, las mujeres cantaban, los niños gritaban de alegría.
Dorotea tomo a su hijo en brazos y salio corriendo en busca de su esposo Epa para abrazarlo y que ambos fueran al altar a dar gracias por las bendiciones recibidas.
Cuando Epa vio a Dorotea con su hijo en brazos se levantó, corrió a su encuentro y todos caminaron directo al altar para decirle a Dios cuan agradecido estaban y para reiterar su amor y su fe en él.
FIN
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