Yan fue dada de alta y todos regresaron a su casa. Los amigos de la niña llegaron corriendo a verla y a darle la bienvenida. Estaban muy felices.
La niña aun estaba delicada, tenia que tomar medicamentos por largo tiempo y una dieta especial en su alimentación. Pero sus padres habían puesto la recuperación de su niña en las manos de Dios y harían todo lo que humanamente podían hacer para ayudarla.
En primero lugar sus amiguitos fueron advertidos de que la niña no podía correr ni hacer movimientos bruscos y mucho menos jugar con cosas que fueran muy pesadas. Los niños estuvieron de acuerdo y prometieron a los padres de Yan que ellos también ayudarían a cuidar de la niña.
Yan, a pesar de sentirse muy débil estaba feliz, el regresar a casa y volver a ver a sus amigos le daban mucha alegría.
El padre de Yan se fue a trabajar y la madre se retiró para cocinar los alimentos especiales de su hija. Yan y sus amiguitos se sentaron a charlar. Tenían mucho de que hablar, querían saberlo todo. Que tal era el hospital, que le habían dicho y Yan no quería hablar de eso, solo quería jugar con sus amigos y olvidarse para siempre de esos dias pasados en los que tuvo momentos suprema mente dolorosos. Le pidió a Josesito que fuera a su casa a recoger el juego de lotería que tanto les gustaba.
Amanda, la madre de Yan, terminó de cocinar, les sirvió a los niños y luego de comer se fue directo a su habitación. Se arrodilló ante la imagen del Señor Jesucristo que tenia arriba de su cama y comenzó a rezar.
Le pedía a Dios con esa fe que siempre la caracterizaba que por favor, si fuera esa su santísima voluntad, por favor permitiera que los medicamentos y la alimentación que la niña iba a tomar le hicieran el bien a su organismo que el decidiera. Le suplicó también, hondamente conmovida y con lagrimas en los ojos que, si fuera esa su santísima voluntad, por favor le hiciera el milagro de salvar a su hija de esa cirugía que podría ser mortal. Se lo suplicó por su inmenso amor y le dio gracias de antemano porque iba a recibir ese milagro.
Esta historia continuará....
Yan, a pesar de sentirse muy débil estaba feliz, el regresar a casa y volver a ver a sus amigos le daban mucha alegría.
El padre de Yan se fue a trabajar y la madre se retiró para cocinar los alimentos especiales de su hija. Yan y sus amiguitos se sentaron a charlar. Tenían mucho de que hablar, querían saberlo todo. Que tal era el hospital, que le habían dicho y Yan no quería hablar de eso, solo quería jugar con sus amigos y olvidarse para siempre de esos dias pasados en los que tuvo momentos suprema mente dolorosos. Le pidió a Josesito que fuera a su casa a recoger el juego de lotería que tanto les gustaba.
Amanda, la madre de Yan, terminó de cocinar, les sirvió a los niños y luego de comer se fue directo a su habitación. Se arrodilló ante la imagen del Señor Jesucristo que tenia arriba de su cama y comenzó a rezar.
Le pedía a Dios con esa fe que siempre la caracterizaba que por favor, si fuera esa su santísima voluntad, por favor permitiera que los medicamentos y la alimentación que la niña iba a tomar le hicieran el bien a su organismo que el decidiera. Le suplicó también, hondamente conmovida y con lagrimas en los ojos que, si fuera esa su santísima voluntad, por favor le hiciera el milagro de salvar a su hija de esa cirugía que podría ser mortal. Se lo suplicó por su inmenso amor y le dio gracias de antemano porque iba a recibir ese milagro.
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